El neoliberalismo en fase terminal
Por Erika González
Si bien fue en Chile en 1973, donde nació el neoliberalismo como un laboratorio de la ignominia, en el Reino Unido se consolidó esta doctrina a partir del gobierno de la conservadora Margaret Thatcher en 1979, quien encabezó la embestida neoliberal contra el estado de bienestar, destrozó a los sindicatos e instaló una duradera hegemonía del individualismo extremo, el culto a las corporaciones, el consumismo voraz y la ruptura de la solidaridad social más elemental.
Cuatro décadas después, intentando construir un personaje a imagen y semejanza de aquella deidad del panteón financierista, que pasó sus últimos días con demencia senil cobijada por sus amigos en el hotel Ritz de Londres, Liz Truss alcanzó el poder en medio de la crisis más grave que haya visto el modelo neoliberal.
La tragedia social y económica que inició con la llamada Dama de Hierro a finales de los 70s, que logró prevalecer 43 años después de imponer su agenda perniciosa a la oposición, sin reparar en escrúpulos de ninguna especie, está terminando en medio de una farsa que hizo caer a la primera ministra del Reino Unido, solamente 45 días después de haber sido recibida por la reina Isabel Segunda para encargarle la formación de un gobierno, convirtiéndola en la líder política más efímera de la historia del país.
Al sustituir al príncipe del escándalo, Boris Johnson, se esperaba que ella tuviera la seriedad y capacidad necesarias para recuperar la credibilidad del partido conservador y la pericia para estabilizar la economía, sumida en un torbellino de aumento de precios, pero esta mala imitación de Thatcher, logró desmoronar la poca confianza de los grandes capitales, precipitar el hundimiento del apoyo popular y diluir el inestable acuerdo entre sus correligionarios, cuando 17 días después de tomar el cargo, presentó un paquete fiscal con medidas completamente incongruentes con la realidad deseable.
Su propuesta incluía un recorte de impuestos a quienes perciben ingresos superiores a 150 mil libras anuales, alrededor de 3 millones 400 mil pesos. Esta idea enardeció simultáneamente a los mercados, preocupados porque el regalo a los más pudientes desencadenase una nueva crisis de deuda pública y a los ciudadanos de a pie, quienes se sintieron insultados por tal “estímulo” en momentos en que miles de británicos deben optar entre comprar comida o pagar la cuenta de la electricidad.
La reacción de los mercados obligó a que el Banco de Inglaterra tuviera que intervenir ante la caída de los precios de los valores y el hundimiento intempestivo de la libra esterlina, después de lo cual Liz Truss se convirtió en una primera ministra honoraria, ocupando un puesto que no estaba vacante, pero que estaba vacío.
Y para culminar con la historia basada en el teatro del absurdo, después de haber corrido a Boris Johnson y una vez que Truss presentó su renuncia, el partido Tory se había inclinado por volver a elegir a Boris Johnson, con lo que el mismo parlamento iba a caer en ridículo. Al final Johnson declinó y decidieron nombrar a Rishi Sunak de origen indio para sustituir a Truss, lo que resulta paradógico después de que Gran Bretaña mantuvo durante 89 años a la India como colonia y justo hoy le entregan el gobierno de su país a un político de orígen indio.
El fanatismo dogmático al que han llegado los simpatizantes neoliberales y los desorientados parlamentarios del partido Tory, son un ejemplo extremo y muy evidente del carácter ideológico del neoliberalismo; su fracaso debería ser una llamada de atención para académicos, políticos y formadores de opinión que se esmeran en defender un modelo caduco y profundamente perjudicial para la estabilidad económica, social y democrática de los países que parecen disfrutar imitando un comportamiento que a nadie le conviene.
El globalismo financista neoliberal, cuya naturaleza es autofágica, es decir, que se come a sí misma, comenzó a dar señales de vivir una enfermedad terminal hace alrededor de 6 años con los niveles inmanejables de deuda; hoy parece estar sufriendo sus últimos estertores, encabezado por el país que lo impulsó a deteriorar al mundo durante tanto tiempo. Qué forma tan poco digna de hacerlo.
Como dijo el productor estadounidense John Malkovich: “La dignidad una vez perdida nunca vuelve”.