Opinión

Crónica de una derrota anunciada

Por Laura Cevallos.

Algo muy bueno está pasando en la Patria Grande.

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Hacia finales del siglo pasado, algunos países de Sudamérica hicieron posible un cambio de rumbo, permitiendo que la izquierda irrumpiera en la vida política de sus pueblos. Claro que ese atrevimiento no fue bien recibido por los dueños del “derecho a decidir por los demás, en contra de los demás y a pesar de los demás”.

Hablemos de Cuba, solo un poco, que como ya sabemos, es verdadero bastión de resistencia a las imposiciones norteamericanas, que decidieron obligarlos con un bloqueo económico y comercial por no decir que sí a las necesidades de anexarlos como un país-patio trasero donde pudieran ejecutar sus barbaries extraterritoriales en más lugares que sólo Bahía de Guantánamo (como en realidad pasa); por negarse a que convirtieran la isla en un burdel-casino donde lavar su dinero (ya tenían Las Vegas) y sobre todo, en la parte financiera, la cancelación de las cuotas al azúcar cubana en el mercado de Estados Unidos, de 1961, y que se recrudeció con la imposición legal de Kennedy a la importación de cualquier producto proveniente de Cuba. A las absurdas e inhumanas prohibiciones, a lo largo de las décadas, se sumaron otras aun mas ridículas, como la fijación de sanciones a empresas que comercializaran en sus barcos con la isla, y la Helms-Burton que en 1996 denegó financiamiento a las ventas de productos agrícolas para Cuba o la prohibición de viajes de turistas gringos. Habrá que sumar las 243 medidas que se emitieron en el periodo de Trump que, entre otras, eliminó viajes de cruceros y vuelos que no llegaran a La Habana; canceló los servicios consulares; prohibió las transacciones bancarias entre particulares y el colofón: declararon incluir al gobierno cubano en la lista de países con actividades terroristas. Lo de Estados Unidos, parafraseando lo que dijo Fidel en 1994, es una guerra económica, una guerra universal que persigue a todos quienes buscan hacer negocios con o en la isla. El bloqueo impide no solo los negocios, sino la seguridad alimentaria, el ingreso de ayuda humanitaria y el libre desarrollo de los negocios de Cuba con el mundo. Han sido casi treinta veces que se ha pedido en el Consejo de Seguridad de la ONU que este bloqueo genocida finalice, pero el victimario, Estados Unidos, ni se da por aludido. Es inhumano que la última petición tuviera 184 votos a favor, 2 en contra y 3 abstenciones y sin embargo, el conjunto de naciones nada pueden hacer ante esta violación reiterada y masiva de derechos humanos por casi 63 años.

Hablemos de Chile, prueba de que, a pesar de los poderes interno y externo en contra, la voz del pueblo pone y luego de varios intentos, Salvador Allende llegó con un plan que reformaba la administración pública e iniciaba una expropiación de empresas, socialización de tierras, la nacionalización del cobre, entre otras. ¿La respuesta? Debido a que se vulneraron derechos del gobierno de Estados Unidos -¿por qué?-, se respondió con un apoyo inusitado a los grupos opositores que se unieron en un bloque antes antagónico: de derecha y democratacristianos; se alentó la ejecución de actos ilegales, como destrucción de vías férreas o de cables de distribución eléctrica. A pesar de todo ello, el pueblo siguió apoyando el proyecto de Allende, y Estados Unidos inició un bloqueo económico que debió paliarse con apoyos de Rusia y Cuba y con financiamiento de gastos del Estado con dinero corriente, lo que se fue transformando en desabastecimiento y crisis económica y consecuentes movilizaciones populares. Se fue profundizando la polarización de los pro y los contras, y, por medio de un golpe de estado militar apoyado abiertamente por el gobierno de Nixon (aunque lo negaron por medio siglo), se instauró un régimen de represión y autoritarismo, que persiguió a los opositores, incluso, fuera de Chile. Con la muerte de Allende, murió por décadas la idea de cambiar el régimen, hasta que volvió la democracia por medio de un pacto de concertación, claro con el visto bueno de los Estados Unidos, en el que gobernaron Aylwin, Frei Ruiz-Tagle, Lagos y Bachelet; luego retornó la derecha neoliberal con Piñera y ahora, que la gente votó por Boric, se planta cara al plan gringo y se demuestra que el pueblo pone y el pueblo quita.

Hablemos de Bolivia, que fue pionera de los gobiernos democráticos, desde 1952 y que a pesar de periodos militares de represión, asesinatos y desapariciones forzadas volvió a votar por presidentes civiles que decretaron la nacionalización de las minas, el monopolio del estaño (entonces mineral preponderante en el mundo); institución de votación universal, una reforma educativa, entre otras políticas. Un país que tuvo una vida política-social-económica llena de altibajos, impulsados siempre por las crisis económicas internas y comerciales con el exterior. Sin embargo, lo pongo a la mesa por la situación injerencista del gobierno de Estados Unidos -vía la OEA-, en la reelección del presidente Evo Morales, ya que tuvieron la osadía de orquestar un golpe de estado militar, encabezado por una mujer que ingresó al palacio legislativo, del que formaba parte, autoproclamándose presidenta en un congreso senatorial, sin quórum, en tanto que el Presidente Morales, el vicepresidente García Linera y la presidenta del Senado Adriana Salvatierra, debieron acogerse al asilo político instrumentado por México, en un periplo digno de una novela política de acción y aventura. Sin embargo, las “irregularidades”, así llamadas de modo suavecito, fueron tales en el gobierno de Jeanine Áñez, que no sólo fueron causa de las masacres en Senkata y Sacaba, sino que la propia OEA debió reconocer que era necesaria la celebración de nuevas elecciones donde el Movimiento al Socialismo recuperó el control del país y la golpista y sus ministros, fueron aprehendidos y juzgados por actos de terrorismo, sedición y conspiración. La primera condena a Áñez fue por 10 años de prisión por un segundo grupo de delitos, como son incumplimiento de deberes y resoluciones contrarias a la Constitución.

Hablemos de Venezuela, de Argentina, de Honduras, de Panamá, de Brasil…

Hablemos de Colombia, que inició el siglo XX con un manotazo estadounidense, al decretar la separación de Panamá del territorio colombiano; que padeció de brotes violentos que causaron la muerte y/o desplazamiento de miles de colombianos de sus tierras, mismas que fueron adquiridas a precios bajísimos por grandes terratenientes, dejando a los restantes pobladores campesinos convertidos en mano de obra bajo salario. Del Bogotazo de 1946, donde murió el líder liberal Eliécer Gaitán, que desató una pugna por el poder, donde los conservadores lo retuvieron hasta 1953, que cesó por un golpe de estado en que Rojas Pinilla llegó apoyado con mentiras a los comunistas y las guerrillas liberales, quienes depusieron las armas y fueron traicionados y asesinados. Del Plebiscito de 1957 que fue causa del fin de la dictadura de Rojas Pinilla y el inicio de una alternancia democrática-electoral, creando el Frente Nacional. Sin embargo, perduraron las guerrillas de 1964 las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP); 1965 el Ejército de Liberación Nacional (ELN); 1967 el Ejército Popular de Liberación (EPL); 1974, la Guerrilla Nacionalista; el Movimiento 19 de abril (M-19), y en 1984, la primera guerrilla indígena, el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL). Habrá que sumar a las crisis políticas, los conflictos internos y los del narcotráfico que, aun cuando los gobiernos de Estados Unidos aparentaban combatir y rechazar, a fin de cuentas eran los principales causantes y orquestadores, ya que proveían de armas a los paramilitares y de dinero a los narcotraficantes, en tanto que la población civil siempre pagó las consecuencias de la explotación petrolera, de minerales preciosos; la violencia entre grupos antagónicos, la corrupción de sus políticos y la enorme y creciente pobreza.

El fin de semana se celebró la segunda vuelta de las elecciones en que Gustavo Petro y Francia Márquez ganaron la presidencia y vicepresidencia, después de un largo camino de lucha contra un neoliberalismo que pudrió cada nación y pueblo que tocó; de una resistencia al odio de parte de los uribistas y los conflictos sociales; de padecer el asesinato de activistas, de masacres donde lo mismo murieron civiles y falsos positivos que excombatientes desmovilizados. De una lucha desigual donde los jóvenes se convirtieron en la fuerza del cambio que también resistió a la represión policial­.

La nueva presidencia, por primera vez de izquierda, humanista y representada por dos personajes de largo currículo social, hará frente a un Estados Unidos que por décadas ha mantenido la comodidad de tener una base militar que se despliegue por toda la región en unas cuantas horas. Francia Márquez dijo que veían en AMLO el ejemplo para cambiar no solo el discurso: no roba, no mentir, no traicionar al pueblo, sino implementar acciones que logren recomponer el tejido social, dando la mano a los olvidados, a los nadie, que siempre han debido conformarse con ser explotados.

La esperanza de un cambio en la Patria Grande permite imaginar una Colombia que deje de vivir en la violencia; un Brasil que vuelva al progreso que promete su bandera; una Honduras que no pierda más ciudadanos por la migración forzada. Se está construyendo un bloque cuyo pensamiento principal es el humanismo y la felicidad como elementos del desarrollo y en que los representantes sean dignos de los ciudadanos que los elijan por medio de elecciones pacíficas y auténticas pero que, sobre todo, enaltezcan la dignidad de los pueblos y las naciones.

Se está derrotando al neoliberalismo, ahí donde todavía es un fantasma que sale a querer amenazarnos con sus estertores; lo combatimos con elecciones libres, quitándonos al imperialismo como meta-autoridad que palomee nuestros procesos electorales internos.

Algo está cambiando en la Patria Grande, y será para bien.

@cevalloslaura

Editor

Medio independiente de noticias relacionadas con la Cuarta Transformación de México.

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